Dorotea y la bruja del armario





Dorotea  y la bruja del armario.

Había una vez una niña llamada Dorotea. Dorotea ya había cumplido seis años y era una niña mayor. Pero todas las noches, cuando sus papas dormían se deslizaba por su camita y se metía en la cama de sus papas.  Una noche, su papa cansado de que Dorotea no aprendiera a dormir solita, le dijo…

-          Dorotea, esta noche dormirás en tu habitación. Si no lo haces, llamare a la bruja del armario. –gritó enojado.

Dorotea ya estaba acostada en su camita y se detuvo a pensar en aquella extraña cosa que le había dicho su papa, cuando su mama entró a arroparla y a darle el beso de las buenas noches…

-          Mama, mama…-dijo, Dorotea. Mientras su mama le besaba la frente.
-          Dime, cariño. –dijo su mama, sentándose a un lado de su camita.
-          ¿Tú conoces la historia, de la bruja del armario? –preguntó, Dorotea.

Su mama la miró sorprendida y negó rápidamente con la cabeza. Entonces, a la espalda de su mama se escucharon unos horribles pasos.  <>

-          ¡Hola, pequeñaja! –exclamó papa, desde la puerta.
-          Vamos papa, Dorotea está esperando para que le cuentes la historia de la bruja del armario. –dijo mama, levantándose de la cama y acercándose a la puerta.
-          Muy bien, vamos a ver… -dijo papa, sentándose en el mismo lugar donde se había sentado mama.- esta historia, es una historia muy antigua...-comenzó papa.

“Hace muchos años, había una bruja llamada Julieta cara pan. Julieta vivía en una bonita cabaña en el bosque, rodeada de árboles frutales y de muchas flores silvestres.

No muy lejos de su cabaña, en lo alto de la montaña vivía una gigante llamado Perejil


El pobre Perejil, vivía solito en la montaña. Nadie del pueblo se atrevía a hablarle, todos le tenían miedo.

 Perejil, tenía un pequeño huerto donde el mismo plantaba zanahorias, lechugas, cebollas… siempre enojado con los conejos y los animalitos del bosque porque se comían sus verduras.


Una tarde de primavera, Julieta salió de su cabaña con una sillita de madera y uno de sus libros de hechizos. Estaba sentada en su sillita favorita, leyendo su libro bajo la sombra de un manzano, cuando escuchó un ruido muy fuerte a su espalda…

Unos niños del pueblo, habían subido hasta la casa del gigante Perejil y le habían echó enojar tanto, que cogió una piedra muy grande y la tiró montaña abajo.

Julieta asustada, corrió hacia el interior de su cabaña y cerró con fuerzas la puerta. 


Mientras observaba como el tejado de su cabaña se venía abajo, escuchó las horribles risas de aquellos niños. 


Julieta se ocultó en el interior de un armario ropero y esperó a que el tejado dejara de caer… pero, entonces aquella gran piedra cayó y la dejó encerrada en el interior de aquel armario, donde recitó un hechizo.

 "¡Todos los niños malos recibirían un castigo!"

Y así ha sido siempre.”

-          ¿La llamaras, papa? –preguntó Dorotea.
-          Si no te portas mal, no. –dijo el papa de Dorotea.

El papa de Dorotea, acabó de arroparla y se despidió dándole un beso en la mejilla. Apagó las luces de la habitación y encendió una lamparilla que hacia dibujos de estrellas en el techo de la habitación. Al marcharse, dejo la puerta de la habitación entreabierta.

Dorotea cerró los ojos con fuerza e intentó no pensar en la bruja Julieta cara pan. Pero cuanto más la pensaba, más miedo tenia… y de pronto… "Cling, cling, cling"  se escuchó en el interior del armario.

Dorotea alzó la cabeza de la almohada y miró rápidamente hacia el armario. La habitación permanecía en silencio y todo parecía en su lugar.

Dorotea escondió su cabecita bajo la almohada y la colcha rosa de perritos blancos, jugando con la nieve. Entonces, escuchó el sonido de la puerta de su armario abriéndose lentamente.
Dorotea empezó a temblar… al momento, se escucharon unos pasos en la habitación…

-          ¿Será Julieta? –pensó asustada. - ¿y si me quiere comer? –continuó…
De pronto, Dorotea sintió como algo tiraba de su bonito edredón… pronto se quedó destapada, pero permaneció inmóvil.
-          Hola… -dijo, una dulce voz.


Dorotea, se había encogido y tapado la cabeza con la almohada. 


Pero al oír aquella voz tan dulce, despertó su curiosidad y lentamente asomó la cabeza a través de la almohada.
Dorotea se sorprendió, al ver a una mujer muy bonita sentada a los pies de su cama.

-          ¿Eres Julieta? –preguntó, asustada.

Aquella hermosa mujer, de cabellos largos y dorados la miró con sus bonitos ojos azules y asintió con la cabeza.
Dorotea perdió el miedo y rápido se sentó sobre la cama, mientras miraba perpleja aquella bonita cara.
-          Yo me llamo Dorotea. –dijo. - ¿has venido a hacerme daño? –preguntó, Dorotea.
-          No, he venido a enseñarte. –dijo, la bruja.

La bruja le tendió la mano, mientras se ponía en pie junto a la cama. Vestía un bonito vestido de color azul, parecía una princesa.

Dorotea la miro fijamente durante unos instantes y finalmente le dio la mano. Juntas atravesaron el interior del armario de Dorotea. Una vez pasados los abrigos, llegaron al exterior.

Se encontraron en un bonito bosque, la luz del sol brillaba intensamente y había flores por todas partes, como le había explicado su papa.
La bruja la llevo a su cabaña, que seguía sin tejado por culpa del gigante Perejil.

-          Dorotea, te voy a hablar de tu misión. Si no la cumples, nunca más volverás a ver a tus papas. Te quedaras aquí conmigo, para siempre. –dijo, Julieta.

Dorotea se asustó y se arrepintió de haber ido con Julieta a aquel lugar. Pero ahora si quería volver a casa, tenía que escuchar la misión que le iba a dar Julieta.

-          Tendrás que subir a lo alto de la montaña y hablar con el gigante Perejil. –dijo Julieta.
-          ¡No! No puedo, se enfadará y me tirará piedras. –dijo Dorotea, asustada.
-          Dorotea, tienes que subir y pedirle que arregle este desorden. Si no consigues que el gigante venga, te quedaras aquí para siempre. –dijo Julieta.

Dorotea se asustó, pero se puso en camino hasta llegar a la cima de la montaña. De camino a la casa del gigante, pensó en las muchas cosas que le podría hacer. Pues Dorotea, solo tenía seis años. "Se me comerá, me cocinará… me tirará una roca y me aplastará" pensó.

Una vez en lo alto de aquella montaña, Dorotea golpeó con todas sus fuerzas aquella enorme puerta de madera. Después de llamar repetidas veces, unos fuertes pasos se aproximaron a la puerta y al instante, esta se abrió.

-          ¿Quién hay? –preguntó el gigante.


Dorotea se asustó y empezó a temblar.

-          Yo… yo… yo…yo. –dijo, Dorotea.

El gigante miró hacia ambos lados y no vio a nadie. Se llevo la mano a la cabeza y se rascó la sien… Dorotea se dio cuenta de que era tan pequeñita, que el gigante no la podía ver.

-          ¡Aquí! –gritó Dorotea, dando brincos.
-          ¿Dónde? –preguntó, el gigante.


Y ¿Dónde estaba Dorotea? Dorotea estaba abajo, concretamente junto a sus enormes y pestilentes pies.

-          Estoy aquí… Perejil.-dijo Dorotea.


El gigante se inclinó hacia abajo y vio a Dorotea.

-          ¿Quién eres tú? –preguntó.
-          Me llamo Dorotea. –dijo, un poco asustada.
-          ¿Qué quieres, Dorotea? –preguntó el gigante.

Dorotea le explicó la historia que le había contado su papa y el miedo que había pasado en su habitación, cuando llegó Julieta cara pan. Le habló de lo que le había pedido la bruja y le explicó que si no le ayudaba no volvería a ver a sus papas.

El gigante suspiró profundamente y cogió a Dorotea con sus dos fuertes manos.

-          Está bien, Dorotea. Bajare contigo a visitar a la bruja y le ayudaremos a reconstruir su cabaña. –dicho esto, el gigante colocó a Dorotea sobre sus hombros y se puso en camino.

Después de un corto, pero movido viaje. Dorotea y el gigante se encontraron frente a la cabaña de Julieta, que les esperaba sentada en su sillita de madera favorita.

El gigante levantó los trozos del tejado y los arregló. Dorotea, mientras le llevaba paja y le ayudaba a recoger las piedrecitas del suelo.

Cuando empezó a oscurecer, Julieta encendió un fuego. Y les hizo de comer. 


Para cuando Julieta los llamó a cenar, el gigante y Dorotea ya habían acabado de arreglar la cabaña.

Julieta se puso tan contenta, que invitó al gigante a su casa siempre que él quisiera.

Perejil, agradeció a Dorotea su ayuda y su comprensión, cuando le habló tan amablemente y le explicó lo que le había sucedido, que el hizo un regalo a Dorotea.

Le entregó una pluma dorada, la pluma más bonita que el gigante había visto jamás. Le explicó que siempre le traía buena suerte y que la recordaría siempre, si ella lo conservaba.

Sentados junto al fuego, Julieta y Perejil empezaron a contar cuentos. Pero Dorotea estaba tan cansada por el viaje, que se quedó dormida junto al fuego.

Para cuando se hubo despertado, se encontró de vuelta en su habitación.

-          ¡Mama, papa! –exclamó, mientras corría hacia la cama de sus papas.


Se había hecho de día, y el papa de Dorotea ya estaba apagando el despertador.

-          ¿Qué sucede, Dorotea?- preguntó su papa.
-          He conocido a la bruja y al gigante. –explicó, Dorotea.

Su papa y su mama, hablaron durante horas con Dorotea. Incrédulos, la oían emocionada explicando lo difícil que había sido reparar el tejado de la bruja. Hasta que echó mano al bolsillo del pijama y se encontró con algo muy especial.

Dorotea conservaba la pluma dorada que le había entregado el gigante Perejil, en señal de agradecimiento.

Los papas de Dorotea se quedaron tan impresionados, que nunca más la volvieron a reñir por meterse en la cama con ellos. Pero es que Dorotea, no necesitó volver a su cama. Pues todas las noches, la bruja y el gigante la iban a buscar.

Y todos los días, los pasaban jugando y contando cuentos.


Colorín, colorado…

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